Lo que fue iniciado como un paradigmático sistema de transporte colectivo, público y urbano, tanto para la República Dominicana como para cualquier país civilizado del mundo, hoy luce destartalado, a la deriva y sin dolientes.
De sus regulaciones en el tiempo y sus ordenanzas en el desplazamiento de sus unidades vehiculares sólo quedan los recuerdos.
Paulatinamente, sus autobuses proyectan estar corroídos por los efectos de la politiquería y la ineficiencia gerencial que suele caracterizar el manejo de los bienes público en una nación donde prevalece el criterio de que “el Estado no siente ni padece” y por tanto, “no guarda rencores, pero tampoco, agradece favores”
Hablamos de la penosa y preocupante realidad que viene exhibiendo, durante los últimos años, la Oficina Metropolitana de Servicio de Autobuses, mejor conocida como la OMSA.
No se requiere ser ducho en el campo del transporte de pasajeros para llegar a la triste y amarga conclusión de que el actual servicio, prestado a una gran parte de la población capitaleña, está cimentado en la inseguridad y el caos, sin que parezca importar a quienes están llamados a garantizar eficiencia y calidad.
Abordar, a cualquier hora del día, uno de sus malogrados autobuses, con matices propios de la chatarra, además de ser desesperante, constituye un verdadero suplicio de cada día.
No hay puntualidad en su horario y el confort y la seguridad, entre otros valores respetados en cualquier servicio de esa naturaleza, refleja ser parte del pasado, simulando la intención de resaltar el contenido de la composición salsera que establece como sentencia: “todo tiene su final, nada dura para siempre”.
La OMSA y sus destrozadas unidades colectivas de transporte de pasajeros proyecta ser una desvergüenza sobretodo para aquellos dignos ciudadanos que, carentes de un vehículo propio para movilizarse, se ven obligados a abordar estas chatarras andantes y contaminantes, en procura de cumplir con sus responsabilidades cotidianas.
Ya es tiempo de prestar una mayor atención a un servicio tan vital en el subsistir del denominado “dominicano de a pie”, mostrando un auténtico interés por su rescate y eficiencia, tal como se requiere en una sociedad que se vanagloria en asegurar que deambulamos por los senderos de la modernidad.
No debe ser olvidado que al hacer referencia a un colectivo y eficaz sistema de transporte urbano de pasajeros hablamos de salud pública, respeto al medio ambiente y sobretodo, seguridad ciudadana, lo que al final termina traduciéndose en mejoría de la calidad de vida de los ciudadanos que participan como habituales usuarios.
Ya basta de tanta contaminación en el ecosistema citadino a consecuencia la constante emisión de dióxido de carbono por parte de tantas chatarras que deambulan por nuestras principales calles y avenidas bajo denominación de “guaguas de la OMSA”.
Sobran las lacerantes y humillantes estampas de autobuses satrurados de hombres y mujeres dignos de un mejor tratamiento, confort y seguridad al desplazarse a sus centros de trabajo o regresar abatidos por el cansancio a sus modestos hogares.
Es tiempo de mayor puntualidad y eficiencia en un servicio que tanta inversión económica ha requerido del Estado dominicano, en donde las chatarras, el irrespeto, las improvisaciones, la politiquería y el caos se adueñaron de todo.
La OMSA requiere de una profilaxis urgente sin miramientos de inversión de recursos y renovandosu flota vehicular pero, además, sustituyendo su equipo gerencial para dar paso a un personal de dirección con mayor energía, innovación, dinamismo y visión de manejo, acorde con las exigencias y expectativas que ordenan los nuevos tiempos en materia de transporte colectivo de pasajeros en un perímetro urbano con las características de la capital dominicana.
Empecemos ya…
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