Por: Orlando Jorge Mera
La figura de Jesús es fuente inagotable. En pleno siglo 21, para aquellos que se dedican o siguen la actividad política, las lecciones que nos ofrece Jesús en su pasión, muerte y resurrección, constituyen ejemplos del liderazgo que debe caracterizar estos tiempos.
Los estudiosos señalan un detalle que para muchos no puede ser pasado por alto. Jesús fue recibido en Jerusalén como un rey en el Domingo de Ramos, pero no entró con la ostentación ni la abundancia que exhiben los monarcas y los gobernantes de muchas naciones, sino que lo hizo montado en un burro, que es un animal de trabajo. Una extraordinaria lección de humildad, que nos obliga a reflexionar no solo sobre aquellos que llevan sobre sus hombros la carga de sus respectivas responsabilidades, sino sobre aquellos que ejercen las mismas con sencillez y humildad.
El Jueves Santo, el día de la Última Cena, Jesús le lavó los pies a sus discípulos con sus propias manos. Este gesto, el del lavatorio, era tradicional en la época, cuando se llegaba a una casa, como símbolo de cortesía. Lo chocante fue que lo hiciere el propio Jesús, una lección más de igualdad de un hombre sin parangón.
La tercera lección nos la ofrece Jesús, durante el juicio que le fue seguido, y que lo condenó a la crucifixión. Llama la atención que Jesús contestó las preguntas que le formulaban, excepto lo atinente a la acusación. Prefirió guardar silencio. En aquel tiempo, el acusador que falsamente acusaba recibiría la misma condena que se le impusiere al acusado. Magistral lección del silencio, ejemplo vivo del camino que debemos seguir para imitar a un hombre que marcó la historia para siempre.
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